El
Mantenimiento y las ausencias
“No es
bueno que el hombre esté solo”
Génesis, II – 18 - 23
Y
Yahweh, al verlo solo, le dio una compañera.
Muchos recordarán aquella película de Billy Wilder
“The Seven Year Itch “(1955) que
llegó a España con el título “La Tentación vive arriba”
protagonizada por Tom Ewell y Marilyn Monroe basada en una obra de teatro de
George Axelrod. En el cartel, Ewell iba de primero, pero hoy pocos se acuerdan
de él. En cambio Marilyn sigue y seguirá siendo un mito.
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Marylin Monroe en una de las escenas de la película |
En
la obra de Axelrod la historia va del marido que se queda solo en casa por
cuestiones de trabajo mientras la familia se va de vacaciones. Quedarse de Rodríguez, se decía años ha en nuestro
país. Entonces, en verano, para recorrer la distancia entre Madrid y Benidorm o
entre Barcelona y Cadaqués había que invertir la totalidad del tiempo que
duraba un fin de semana.
La soledad del protagonista termina pronto al
conocer casualmente a la vecina de arriba.
Una de las frases, en boca de ella, más conocida del
film es la de, “Con los hombres casados
siempre es mejor. Pase lo que pase jamás te pedirán que te cases con ellos”.
Y yo pretendo hablar del caso
contrario, es decir, del marido que se va del hogar por trabajo y deja a la
familia en su hábitat natural, con o sin hijos, y en este último supuesto, estén
en la guardería, en la escuela o en la universidad.
No haré distinciones entre los que se marchan por
asuntos concretos normalmente de períodos más cortos o los que lo hacen
obligados por circunstancias en las que la elección no la hace él. “O vas, o estás en la calle”. Aquí el
tiempo de ausencia lo define la distancia que existe, en general más de un año,
entre el momento del comunicado y el de la prejubilación.
Pero si que quiero, entre otras cosas, referirme a
las condiciones que rodean el éxodo. Los hay que van y vienen, siempre en lo
que yo aún llamo “Gran Clase” -y los
que van y de, Pascuas a Ramos o si se prefiere de higos a brevas, regresan por
unos días en condiciones de “Poca Clase”.
Volar en cabina con sobrecargo y dos azafatas para 10 viajeros, ignorando la
existencia de los trescientos que van debajo, con menú elaborado por el
Zalacaín regado con reservas de Rioja o Ribera de Duero, no es lo mismo que
volar en la cola del B-747, alias Jumbo, junto a la puerta de uno de sus
numerosos lavabos, con críos que berrean, mayores que por no aburrirse molestan
entrando y saliendo de su asiento que en general está situado en el lugar donde
hay más gente a la que pisar, y aquel olor de comida recalentada que lo
impregna todo.
Yo que me considero un “man viajado” dicho en “spanglish”, “caló chicano” o “llanito
gibraltareño”, nunca he estado fuera de casa más de cinco días y por lo
tanto no puedo ser testimonio más que de aquella soledad de la habitación del
hotel al cerrar la puerta antes de acostarse. La soledad de aquellos que
permanecen mucho más tiempo la conozco por lo que ellos mismos me han contado y
por lo que yo he podido ver. Y esta soledad tiene los días contados, como en la
película de Billy Wilder.
El primer viaje lo haces en “business class”. En el aeropuerto de destino te espera un chofer
nativo que te cuenta las maravillas que vas a vivir. El hotel, de cinco
estrellas, está en el interior de un conjunto residencial absolutamente
protegido. Es la zona alta, allí donde viven los que ignoran tanta barraca,
ignorancia de quién no quiere ver, claro.
Son los primeros días. Te acompañan a todas
partes. Te enseñan lo más folklórico. Pero los que de ello se ocupan están un
poco hartos y poco a poco te van soltando y a espabilar.
En el hotel y antes de acostarse, tertulia con
aquellos que también están de paso ya sea por poco tiempo o por indeterminado, cosa
que solo sucede si es hombre de categoría. Alguno se despide pues le toca viaje
a Turquía para recalar más tarde en Argelia o Túnez antes de hacerse cargo
también de asuntos en las fábricas que la empresa tiene ahora en China. El
whisky con soda y mucho hielo anima el cotarro. Los más antiguos cuentan las
batallitas a los más jóvenes. ¿Qué sería de las fábricas si no fuera por el
mantenimiento y por descontado si no fuera por ellos, que llevan en la sangre
el espíritu del sacrificio y la abnegación? Y se cuentan las cosas del día y
luego las anécdotas, primero sobre el oficio y luego sobre los lugares dónde se
ha estado y finalmente algunos hablan abiertamente de aventuras vividas.
Y me refiero a esas aventuras, que si son de corto
alcance, las podemos llamar por su nombre o sea sexo y de aquellas más
duraderas en las que hay algo más. Tener compañía con todo lo que ello
significa.
Hay un viaje de regreso a los pocos días que ya
estaba pactado en la ida. Así no se produce ningún trauma. Ir atemperando. Los
jefes lo saben. En el avión se pueden comprar regalos para la familia. ¿Cuántos
relojes swatch habré comprado yo?
Y sin darte cuenta estás de nuevo subido al avión,
todo pagado claro, y sigues siendo un hombre importante, viajas en “business”. Y o casualidad el hotel
estaba lleno y te han encontrado otro de cuatro estrellas que tiene la ventaja
que está más cerca de las oficinas centrales de la compañía. El chófer estaba
ocupado y mejor un taxi que casualmente lo conduce un gallego. Ya no hay
bienvenida y aquellas magníficas tertulias desaparecen. Cada uno a lo suyo. Por
descontado tienes los viajes de regreso pagados, pero solo los tres preceptivos
de Navidad, Semana Santa y vacaciones. Los otros van a tu cargo y aunque sea en
clase turista valen una pasta. Una pasta que ya no ahorras pues las condiciones
económicas ya no son las de antaño. Y ya en el tercer viaje te sorprenden con
que tienes que vivir en un edificio de apartamentos, con vistas siempre, con tu
habitación y compartiendo sala de estar, televisión y lavabo con otros que como
tú han seguido anteriormente el mismo camino.
Y te levantas y aparece la Silveira, una mujer más
que madura, bajita y rechoncha, con bigote y barbilla de pelaje fino y negro,
así no hay disputas entre los huéspedes, con su uniforme de finas rayas azul y
blanco, sin cofia, y un delantal blanco también, pues está dispuesta a
prepararte el desayuno. ¿Qué quiere desayunar el señor? Y tú le dices lo que
quieres y ella te dice que de eso no tiene y acabas por comerte lo que ella ya
tenía preparado porque aunque tú te hayas levantado a las cinco ella lo ha
hecho media hora antes. Hechas las camas y quitado el polvo, sestea viendo los
culebrones que la televisión le ofrece.
Y luego llega la noche. La Silveira sentada en el
sofá de la sala de estar viendo la televisión te ha preparado unas judías que
no son pochas ni son les fabes asturianas. El vino no está en el menú. Agua o
Cola. Y en lugar de pan hay tortas tal y como dice el refrán. Al segundo día ya
vienes cenado, como hacen los demás. Y aquellas tertulias se suceden en la
barra de un bar donde unas uniformadas, guapas y jóvenes chavalas te ofrecen
una copa de Chivas Regal que está en promoción. Pero eso cansa. Y a ellas
también. Ya tenemos un punto en común que por algún lugar hay que empezar.
Porque ellas están en la universidad y lo de las
promociones es para pagarse los estudios. Alguna su bisabuelo vino de Canarias.
Los más listos hacen como los marineros, un amor
en cada puerto sin obligaciones ni reproches, nada serio. Otros se encaprichan,
encoñarse dicen los maledicentes, por aquello de que es más joven y sin duda
está que quita el hipo, y siempre está lista para salir a divertirse pues no
tiene nada más que hacer y sabe que la relación le puede asegurar lo que de
otra manera no podrá conseguir. En ningún momento él contempla la infidelidad
que llegará, y menos aún que se arruinará detrás de toda la familia de ella que
irá apareciendo y poco a poco instalándose en su vida. Y se verá abocado a un
segundo divorcio que le obligará a regresar al hogar paterno si lo hay, ya que
no podrá asumirlo económicamente, o bien ir de realquilado sin demasiados
derechos. A algunos, ya maduros, hay que comprenderlos. Cuando fue el momento
de disfrutar de la propia juventud y de la ajena, de la piel tersa, de los
besos ardientes, de labios de rojo ciruela, de los muslos que rompen las uñas y
todo lo demás que estaba aún por descubrir, contaban tan solo con un Seat 600, de segunda mano y pagado a plazos,
situado en algún lugar medio escondido, vaho en los cristales, miedo de algún
intruso, pero eso sí, acompañados de un puñetero freno de mano muy molesto. Y
años más tarde y por culpa del oficio redescubren aquello de lo que no pudieron
disfrutar en toda su extensión cuando tocaba.
Pienso que sí que acaban siendo comprendidos pero
antes ha habido mucho choteo y alguna que otra envidia cuando raramente la historia
acaba bien.
Una compañera en cada puerto resuelve el problema
de ambos. Se acabaron los hoteles. Un apartamento o casita con calor de hogar.
La comida casera y autóctona. Ropa limpia y bien planchada. Un ropero que no
hay que trasladar y que te permite viajar ligero. Tan solo tienes la obligación
de avisar un par de días antes de tu llegada. Ella tiene unos ingresos extra y
cuando no estás tiene toda la libertad para hacer su vida. No hay compromiso.
No hay preguntas. Una fidelidad a tiempo parcial. Hacerle llegar unas flores
por si en su cumpleaños no estás allí es todo un detalle.
Y llega un día en el que te dicen que aquello se
acabó, que a finales de año te prejubilan o jubilan, y tienes el tiempo preciso
para volver a cada puerto. Y es entonces cuando afloran los sentimientos que
todos juraban que no existían. Y prometen que volverán por su cumpleaños ya con
carácter privado pues con tanto viaje tienen un montón de puntos acumulados.
Pero los puntos se acaban y las escusas también.
Pero hay otras causas que obligan a desplazarse.
Es corriente que suceda que se trate de una intervención puntual cifrada en un
tiempo razonable que por circunstancias se alarga más de lo previsto. Entonces aparece el
directivo que con la mejor voluntad ofrece a los desplazados un viaje con
estancia de unos pocos días a las esposas correspondientes si es el caso.
Primero lo consulta a los interesados y sorpresa. ¿Mi mujer? ¡Ni se le ocurra! He podido observar que ello sucede con
los más mayores. Los más jóvenes, aparentemente, lo ven con buenos ojos.
Y también están todos aquellos que supieron llevar
esta etapa de la vida con absoluto estoicismo, es decir, con autodominio, serenidad y con la felicidad
que da la virtud.
En cualquier caso tanto a unos como a otros, en aquellas
épocas en las que la tecnología de la comunicación aun no era de uso masivo, yo
hoy los considero un “mito” silencioso del mantenimiento igual que lo fue en el
cine Marilyn aunque en este caso bien sonoro.
Salvador Carreras Cristina
Sant Just Desvern, mayo 2015